09 noviembre 2005

UN MATRIMONIO A LA BIG BROTHER

UN MATRIMONIO A LA BIG BROTHER


Este último mes ha sido de cambios en la familia. Mi hermano menor se está divorciando. Dicen los que saben que es un proceso, casi un “luto” el que vive la gente que decide separarse. A todos nos vienen épocas de crisis, de querer escupirse uno al otro, pero cuando me pongo a pensar en una ruptura se me rompe más el alma que un papel.

Yo, como la típica cuñada podría pensar “Ya se había tardado”, o mi madre como la suegra odiosa, “Mi pobre hijo que no lo atendían como es debido”, cada quien su versión. Lo cierto es que cada cabeza es un mundo y cuando se cierra la puerta, solo ellos saben del alterón de la ropa sucia, quién es el que deja los calzones balaceados.

El matrimonio es una cosa difícil, una especie de juego de Big Brother donde todo el día te ven en una pantallita 30 mil fulanos que todo critican, pero sólo tú, que estás ahí adentro, entiendes de la tolerancia y las reglas de convivencia que se necesitan para ganarte el millón.

A mi me pasa que cuando vienen momentos difíciles no sé cómo abordarlos y les doy la vuelta, como que los ignoro, pero esta vez no pude se los juro. Le llamé a la oficina y le pregunté cómo estaba, y así sin más se nos fueron 49 minutos al teléfono, los más cortos de mi vida. Y es que no me alcanzaron las palabras para darle mi apoyo, o talvez me sobraron, yo qué sé.

Pero esta vez hablé con mi hermano igual que cuando niños, y me entró un sentido de hermana mayor sobre protectora que Dios guarde la hora, de querer arreglarle los cajones del clóset, de juntarle en pares los calcetines para que no le digan en la oficina “Ahí viene el daltónico”, cosas así. Pero como un día dijo Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”, mejor lo escuché y le di palabras de ánimo que al fin y al cabo él está muy joven y no tuvieron hijos, así que tiene toda la vida por delante.

Ya después de colgar con él, con el suspiro todavía en la garganta me fui por un kleenex al baño y miré los estúpidos calcetines del susodicho tirados en el suelo como siempre, junto al cesto de mimbre de la ropa donde le he dicho ochocientas mil veces que nada le cuesta alzar la tapa y tirarlos dentro, y luego vi el tubo de la pasta de dientes que siempre dejo aplastado a la mitad como tanto lo odia el susodicho y comprendí que en este juego, a pesar de estar nominados un montón de veces, el susodicho y yo, ya nos ganamos el millón.







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1 comentario:

Humano dijo...

Lo mejor es tener aun a estas alturas sentido de compromiso con los hermanos menores.