12 marzo 2007

SALVADO POR UNA TARJETA ROJA

SALVADO POR UNA TARJETA ROJA


El Sábado que hubo partido de fútbol del hooligan a la primera que me planto en las gradas y voy viendo y estaba el árbitro malacara, ese que expulsó al susodicho la vez pasada y es que todavía no sé qué le dolió más: que hayan parado el partido hasta que el susodicho se saliera o los $200 pesos de multa que tuvo que pagar.

Yo estaba con el Jesús en la boca porque el susodicho quedó en alcanzarme en el partido y yo nada más veía que el entrenador me hacía con sus ojitos preciosos argentinos la señal de “Señora callá a su marido” y yo le asentía con la cabeza como diciendo, “No te preocupes primor, al primer grito va el pellizco”, habráse visto tan buena comunicación ¡qué bruto!

Ya saben, el árbitro silbe y silbe y levantando tarjetas como si estuviéramos a Martes de Plaza de 2x1, pero yo tranquila porque el susodicho ni sus luces. Todo parecía ir bajo control: el segundo tiempo corriendo, los niños pateando la bola, los señores engendrados en directores técnicos y las señoras en el güiri güiri. Todo normal hasta que por una esquina apareció el susodicho justo cuando el árbitro le marcaba falta al hooligan. ¡Ay pero qué mal tino! Levanté la mano chasqueando que es señal de alarma y dos de los papás y una vieja muy escotada que todavía estoy investigando quién es, se le abalanzaron encima.

-Levántate idiota- le dije

-¿Porqué tanta agresión? – preguntaba el susodicho apenas respirando.

-No es a ti – le digo con la mano en la cintura y la otra señalando a la lacra de 36B,
- Le dije a la zorra pechugona esta que tienes encima.

- Era para ayudar señora – dijo la gallina culeca de doble pechuga mientras se levantaba.

-Gracias reina, pero los señores hace dos horas que se levantaron – le dije y sonreí igualito como hubiera sonreído Hussein si Bush fuera el ahorcado.

Ya iba el susodicho a ayudarle a sacudirse la tierra de la falda el muy libidinoso cuando al oir tanto barullo se acercó el árbitro y ¡zácale! levanta la mano para sacar tarjeta. Antes de que alzara el brazo completito le quité la tarjeta amarilla y le puse en la mano la tarjeta roja que le saqué de la bolsa de su playera.

-Expulsado mi vida, ni modo te sales del campo cúchale- le dije guiándolo brazo, que tampoco quería que se regresara a sacudir faldas ajenas ¡pos este!


Que todo sea por un juego justo ¡faltaba más!

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